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16 de marzo de 2011

La abuela Manola




Del único hijo que estaba seguro era del cojito. Al otro no lo había visto en mi vida. Tras mucho pensar, llegué a la conclusión de que al salir del mercado, con la confusión de la gente, me los habían cambiado. No me importó. Los cuidé durante diecisiete años, confiando que otros harían lo mismo con los míos. Hasta el día de las fiestas del pueblo, que con tanto crío me cambiaron al cojo y al mayor de los extraños por dos niñas. A éstos los crié durante casi diez años pero un día, al volver de Madrid me llegaron transformados. La chica bajita por un joven que parecía inglés y el que más tiempo había pasado conmigo por otra con gafas que parecía tener carácter. Aún así, y pensando que la vida era esto, les consentí darles un piso a cada uno.
El día que se casaba el inglés, los padrinos –que iban a ser sus padres- fueron sustituidos por dos chicas gemelas. Nada feas a decir verdad.
Ahora, ya en el lecho de muerte, espero cada vez que se abre la puerta de la habitación y entran dos jóvenes extraños, que sean mis hijos, los de verdad, los primeros, para poder despedirme de ellos y de este mundo que ya no entiendo.
Dedicado a mi abuelita.

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